Enamorarse... una cuestión de actitud

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Para enamorarse hay que desearlo. Es algo que cada vez tengo más claro. Es una cuestión de actitud. Si tienes ganas de sentir esas cosquillas, fantasear y dejarte llevar... estás dispuesto. Como salga el 'Pepito Grillo' que todos llevamos dentro, estás apañado.

Tengo amigas que me han expuesto todos los defectos de su chico-con-opciones para valorar si merece la pena intentar algo. Otras me cuentan las mil maravillas de su príncipe azul como si no hubiese otro ser sobre la tierra. No soy yo muy hábil dejándome 'fluir', qué va. Soy más de las de pensar y darle vueltas a todo. Pero también me pongo música romántica para recordar cómo se sienten las mariposas en el estómago. Y lloro en las bodas aunque el concepto en sí de un contrato para toda la vida me dé urticaria.

Así que si de verdad quieres darle una oportunidad a alguien creo que tienes que ser honesta y dejarte seducir. ¿Que da miedo? Sí, a medida que vivimos historias nos asusta más sufrir, perder el tiempo o cargar con el lastre de otra relación rota. Pero cuando bajas la guardia es divertido, ya que te dejas entonces envolver por el presente-único, un tiempo verbal que gobierna los asuntos de la seducción y la locura de la atracción.

Si te dejas conquistar, puedes enamorarte. Antes sentirás atracción, deseo, locura y nervios. El amor viene después. No pasa nada porque no sea lo primero de la lista. A veces, cuando viene más tarde es más sólido. El enamoramiento, si está basado en un pelín de realismo, se genera con amistad. Con mucha amistad. Esos son los mejores.

Pero hay que querer. Hay que derribar muros, dejar de oír opiniones y argumentos. Y no justificarse.

Como me dijo una psicóloga muy lista: "A nuestro hombre no le buscamos con la cabeza, le encontramos con el estómago y las vísceras. Con la pasión".

Y otra de sus frases que también nos viene muy bien para estas reflexiones: "la emoción decide y la razón justifica".

Así que cuando tu cabeza esté tomando el control de esta parte de tu vida, deja las neuronas en casa por un día y permite que tu cuerpo y el resto de tus sentidos se enamoren por ti. A lo mejor no aciertas a la primera, pero lo pasarás mejor y tendrás experiencias reales y no una mochila llena de lo que podía haber sido.

¿Te quedas a dormir?

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Ayer hablaba con amigos sobre este tema y me resultó muy interesante porque tienen unos años menos que yo y su perspectiva sobre las relaciones afectivas/sexuales es muy diferente. Yo estoy acostumbrada a una relación larga y estable, donde no se discute la premisa básica: “nos queremos” y te puedes ocupar de otras cosas. Por eso se me olvidaba que antes de llegar a este punto hay que pasar un duro y árido camino de búsqueda, hallazgo, entendimiento, ensayo, aciertos, errores y técnicas para identificar, conocer, probar y elegir al otro.

Reconozco que aún no sé si la diferencia de perspectiva es por la edad, por mi biografía o por la forma de ser de cada uno, pero desde luego que tratándose de un tema de comunicación (interpersonal, emocional) me atrae especialmente porque encierra un análisis complejo sobre un mundo al que no estoy habituada.

Resulta que en el contexto de un 'mercado' emocional libre, en el que hombres y mujeres experimentan con una supuesta 'libertad' sus capacidades de sentir, coquetear, disfrutar, intercambiar, copular, o enamorarse , aparece por encima de todos ellos una necesidad mucho más fuerte que cualquiera de estos impulsos 'naturales' y 'libres':  la necesidad de demostrar independencia emocional.

A mí lo primero que me viene a la mente es la aparente contradicción del fenómeno en sí: si independencia consiste en sentir lo que te dé la gana sin que te condicione otra persona... ¿Por qué para demostrar esta independencia hay que poner tanto esfuerzo en codificar un mensaje en clave para que el otro lo entienda? Es decir, ¿por qué lo importante no es lo que tú sientes, sino la interpretación que hace de ello el otro?

Los símbolos encierran mensajes que no se formulan de manera unívoca, sino que se 'empaquetan', se 'embalan' y se disfrazan para que pasen desapercibidos. Por tanto, solo son símbolos si a pesar de este envoltorio se pueden  identificar y comprender. Para ello los interlocutores deben compartir el mismo código (deben entender el símbolo por igual) lo cual supone que al código común que todos compartimos (el lenguaje) ahora le añadimos otro código mas, el símbolo y su significado. Lo cual refuerza la elaboración y complejidad del mensaje, que deja de parecerse en absoluto a nada espontáneo e inconsecuente, dado que tiene dos codificaciones… dos ‘acuerdos’ para entenderse. Dos niveles de ‘dependencia’ semántica y contextual.



Primera contrariedad por tanto: ¿resulta entonces que para defender nuestra gran independencia emocional hemos tenido que pasar por una dependencia no de uno, sino de DOS códigos compartidos?

Curioso, cuanto menos. Porque para mí la independencia está relacionada con lo contrario: no dar explicaciones, no preocuparme de lo que interpretan otros sobre mí.

Así que, en los detalles de esta conversación, me he ido encontrando con personas 'libres' e 'independientes' que basan su lenguaje afectivo en lanzar señales continuas al contrario para que en  su disfrute del momento, no  se equivoque y  perciba falsos matices de enamoramiento, 'enganche', ilusión, cariño o interés. Ya que eso sería… ¿¿dependiente??

Bueno, yo si siento algo, lo siento, sin más. Y eso forma parte de mi independencia. Mis sentimientos son míos y soy capaz de gestionarlos solita. Si me enamoro y no es la persona adecuada, sé gestionar mi alejamiento. Si me entusiasmo y no soy correspondida, soy capaz de recoger velas y no agobiarme por ello. Son las reglas de un juego en el que si participo sé que puedo ganar o perder. No me supone una situación tan ingobernable que tenga que establecer de antemano mecanismos de defensa previa, a modo de vacuna, con la que perder energía, tiempo y neuronas en diseñar símbolos que actúen como un cartel luminoso en el que digo: “no me quiero comprometer” (y lo digo antes de que me pregunten, si quiera). Normalmente cuando veo a alguien tan preocupado por protegerse o huir de lo que aún no ha pasado me viene a la cabeza cualquier definición menos ‘independiente’. Pienso en alguien asustado, prevenido, herido, inseguro… Y, desde luego, más preocupado del otro que de sí mismo. Por lo tanto, claramente dependiente.


Por este motivo, hablando de estos ‘símbolos’ que todos parecían entender y comprender, pero a mí me sonaban a jeroglíficos, me explicaron que hay cosas que hay que evitar para no dar la señal equivocada. Me gustó especialmente un ejemplo que consideraban ‘clarísimo’ y que yo recibí como a quien le hablan de la vida en Marte: quedarse a dormir con alguien con quien se ha tenido sexo es señal de implicación y dependencia (¡vaya! Yo pensé que era señal de cansancio y una forma sencilla de quedarse feliz y plácido después de algo tan relajante).

Resulta, por tanto,  que la independencia toma la forma de un imperativo interior que te obliga a ponerte en pie a las tantas de la mañana, vestirte, recoger tus cosas, caminar hacia la puerta, coger tu coche o un taxi, regresar a tu casa y dormir en tu cama horas después de cuando realmente te habría apetecido hacerlo, pero con la tranquilidad de que sí, has marcado tu terreno. Ni el teniente más severo obligaría a su soldado a hacer algo así. Pero nosotros, si somos independientes y no queremos que se ‘pille’ alguien con nosotros debemos actuar de este modo. ¿¿Esto es independencia??

Por eso resulta que yo lo veo al revés:  si soy independiente te invitare a quedarte a  pasar la noche tras una noche estupenda porque así podré dormir tras el último instante del disfrute, sin pensar en ti, en acompañarte a la puerta, en esperar a que te vayas, a que recojas tus cosas… y si tú eres independiente podrás aceptar mi propuesta sin medir qué significa el gesto de aceptar, porque no significará más que el hecho de que estamos cansados (y eso es buena señal… muy buena J). Tampoco tendrás que dar explicaciones a nadie en tu casa porque no habrá una madre, una esposa, una hermana o un gato al que atender.

Serás tan independiente que podrás decidir quedarte dormido donde quieras, como quieres y con quien en este momento te apetece, después de tu último orgasmo, con una franca sonrisa en la cara que solo dice ‘mañana será otro día’.


Ya que estamos... hablemos

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Recién aterrizada en el planeta a pesar de llevar treintaypocos años por aquí. Todavía hay cosas que me sorprenden y me intrigan. Las relaciones humanas son una de estas cosas. A veces me sorprende que no nos hayamos extinguido porque como especie dejamos mucho que desear. Pero a pesar de todo, aquí estamos. Enredados en malentendidos, relaciones, afectos, rivalidades, acercamientos y huídas. Si añadimos el matiz sexual, las relaciones se complican un poco más... La búsqueda es constante. Los hallazgos son escasos pero cuando ocurre esa casualidad única por la que damos con esa otra persona que nos llena, el tiempo se detiene y la ceguera temporal nos anestesia durante un tiempo. Luego la magia se esfuma, nos vemos sin los focos y el resultado vuelve a ser decepcionante. Y salimos al ruedo otra vez. Y avanzamos, o retrocedemos... para quizás dar el salto definitivo.

Esto es, a bote pronto, lo que puedo decir de este blog. Una pared en la que volcar la frustración o la plenitud. Un muro en el que grabar las dudas y resolverlas a golpe de clic. Una ventana para que entre aire fresco y ventilemos clichés, inercias y obstáculos. Porque en definitiva hemos venido aquí para encontrarnos. Aunque andemos tan despistados.