La noria del amor

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Empecé el año con la mente caótica. A los dos meses, el caos se quiso ordenar empezando por mi cuerpo y me fui yendo del lugar que habitaba. Ocupé otros lugares. Averigué cómo se ve el mundo desde otros lados. Y mentiría si dijese que me disgustó la experiencia: poder dejar a un lado quién eres para probar suerte en otras vidas es algo tan magnético como adictivo. Para poder explorar mi nueva vida me convertí en una soltera convencida y surgió un nuevo camino y una nueva energía para poder explorarlo. 

Pero el amor es muy caprichoso y se resiste a marchar. Asoma cuando bajas la guardia. Usurpa múltiples identidades y te espera, se reinventa y te hace volver a ser quien eres o quien nunca dejaste de ser. 

En verano surgió este blog: sufría de desamor y empezaba mi nueva vida de soltera. Todo un fenómeno por explorar y tenía (no miento) ganas de hacerlo bien. En mitad de esas páginas el guion dio un salto y lo que no tenía solución se arregló solito. Yo solo tenía que pensar, y darme cuenta, y decidir (ahora por fin) qué quería realmente. 

 Cuando vives otras vidas ajenas a la tuya propia tienes la posibilidad de jugar sin quemarte: no haces daño ni te lo hacen. No pisas el suelo, solo te dejas llevar y flotas. Es llevadero. Sería tentador convertirlo en un modo de vida. Pero cuando la razón aterriza descubres realidades aplastantes como el darte cuenta que el resto del mundo está buscando lo que tú ya has encontrado. Y la falta de misterio es, a veces, monótona. Y la perspectiva de la incertidumbre es, de pronto, muy atractiva. Pero no se puede dejar atrás el amor verdadero cuando lo conoces y cuando te llena. Él manda. Y por eso estoy aquí: enamorada y unida. Regresada y reencontrada. 


Y plena... llena de una promesa para que 2012 sea el comienzo de un camino que aún no sé cómo transitar.



Confío en encontrar el mapa.



FELIZ AÑO 2012

Tengo tiempo para un marido pero no para un novio

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Es otra de las revelaciones que he tenido ultimamente, en esta época de lucidez y aprendizaje. A ver... hablo de la cruda realidad, no de lo que 'debería' ser. Pero es así. Cuando tienes una pareja estable la incorporas a tu rutina. Forma parte de tu vida y tú de la suya. Estar con él llega a ser algo cómodo y cotidiano. Por mucho que intentes mantener la originalidad y el romance, al final él es tu familia... Duermes con él, te despiertas con él... Vais al trabajo, volvéis y preparáis cosas de la vida cotidiana... Os contáis qué tal el día mientras cenáis o veis la TV... reís, os hacéis cariñitos y os queréis muchísimo... Y tienes tiempo libre. Porque si tienes un marido (ojo! habréis notado que uso 'marido' para hablar de la pareja con la que vives, me dan igual los vínculos contractuales y mucho más los eclesiásticos) él está ahí y tú no tienes que preocuparte demasiado para poder llenar ciertos huecos con tus cosas.

Ahora noto el contraste entre tener un marido y un 'novio'. Al novio hay que hacerle un hueco porque no lo tiene en la rutina doméstica. El novio con el que quedas, tu cita, tu candidato o tu rollo, requiere de ti que organices el tiempo libre para que él pueda participar. Tienes que dividirte entre las cosas que haces con él y las que haces sola. El tiempo libre tiene que quedar equilibrado, porque si dedicas todo un finde a hacer tus cosas... eso se notará y la relación tendrá un pequeño desajuste. Conviene no pasarse de pesada pero tampoco ir por libre... Al final hay que ceder, organizar y planificar. Y esto, viniendo de la cómoda vida de la convivencia, es un poco incómodo. 

Es emocionante tener una cita y es relajante llegar a casa y poder estar sola tras despedirte de él. Pero a mí me gustaba mucho llegar a casa después de una actividad juntos y sentarnos en el sofá a leer o ver la tv en silencio. 

Tener 'marido' te deja tiempos para ti en los que él no está del todo fuera. Los domingos por la mañana me encantaba quedarme leyendo en la cama horas, con revistas, libros, mi ordenador y mis gadgets tecnológicos. Y aunque estaba a mi aire, no estaba sola. Él andaba por ahí, en el salón, en la cocina... Y a veces me venía a ver y me daba un beso.

Que todo eso lo puede hacer un novio, lo sé. Pero que para llegar a ese punto el novio tendrá que superar aún muchas fases, también. 

Cada etapa tiene su parte buena, pero a mí la convivencia me permitía optimizar mucho el tiempo. Tenía toda mi ropa en el mismo sitio y no tenía que comprar cosas por duplicado.

Enamorada pierdo mucho

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Es una conclusión a la que he llegado después de varios años creyendo que nada merece más la pena que esforzarse por construir una relación. Aún lo sigo pensando. Pero me he dado cuenta de que realmente, si eres de las que se empeña y se dedica a ello con mucha voluntad, tus recursos emocionales se agotan.

Me encanta estar enamorada y me cuesta mucho. Ser muy cerebral es un inconveniente porque me hace evaluar demasiados factores y me obliga a pisar firme y no dejarme llevar. Sin embargo, una vez que caigo soy igualmente concienzuda y me esfuerzo en que funcione. Quizás si no fuese tan voluntariosa habría interrumpido muchas historias antes de que evolucionaran demasiado. Pero intento exprimir las situaciones y sacarles el jugo. ¿Acierto o error? Nunca lo sabré. Todo lo vivido forma parte de mi biografía y me hace ser quien soy.

Pero pasar de un enamoramiento a una relación conlleva esfuerzo, y te obliga a darle vueltas a muchas cosas y ceder, y adaptarte... Para que funcione te dedicas a ello, y es genial porque estás enamorada y lo haces completamente feliz, y merece la pena. Pero he llegado a la conclusión de que sí, enamorada pierdo mucho.

Soy de las que si está en la euforia el enamoramiento no piensa en otra cosa. Y me encanta imaginar, y recrearme en situaciones, recuerdos y planes. El tiempo empieza a medirse de forman diferente y no pasa igual de rápido cuando esperas los encuentros o cuando transcurren sin que otra cosa tenga la misma importancia. La energía puesta en esos momentos supera a la que puedas necesitar para el trabajo, otras actividades y ocupaciones. Me gusta que sea así, la vida tiene otro color bajo los efectos de esta droga, pero está claro que hay muchas cosas que quedan aparcadas o en segundo lugar.

Y si el enamoramiento se convierte en relación, cualquier problema o situación por resolver me aparta la mente de mis ocupaciones cotidianas. Sí, es un ejemplo lamentable pero si tengo un problema de pareja no puedo comer, ni dormir, ni trabajar. La angustia me bloquea y mis asuntos no fluyen si no tengo la tranquilidad suficiente.

Entonces... Sí, no soy 100% efectiva cuando me enamoro. Y las historias vividas me hacen actuar de manera desastrosa en muchos aspectos de mi vida. O me desgastan, o me quitan mucho tiempo. Por eso creo que debería estar agradecida a los momentos de soledad, ya que me dejarán avanzar en otras actividades.

Enamorada pierdo mucho. :-) Así que seguiré el ejemplo de algunas mujeres a las que hemos visto ser segundonas mientras estaban 'colgadas' de sus chicos y que han brillado con luz propia tras la ruptura. (Nicole Kidman, en la foto, triunfó como actriz cuando terminó de ser la eterna esposa de Tom Cruise). Trataré de sacar partido de tener el corazón de vacaciones... ¿Porque, realmente se le pueden dar vacaciones al corazón?

No estoy segura, pero algo de reposo se agradece para reconstruir algunos pedazos y reubicar prioridades. No creo que cambie mucho, y siempre pondré mis enamoramientos en primer lugar de mi lista, porque vivir las historias al máximo me da más vida que muchas otras opciones. Sin embargo no está mal, por una vez, dedicarme a ser yo misma y ver si puedo cuidar de mí con la misma voluntad con la que antes cuidaba de otros.

La coreografía del enamoramiento

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Ayer observaba a unos conocidos que estaban inciando una relación. Me pilló de sorpresa, llegados de vacaciones, morenos y con sonrisa permanente, sus movimientos eran una perfecta coreografía de que 'algo' ocurría en su espacio vital que había cambiado por completo su forma de comportarse.

Me gusta mucho analizar la forma en que nos comunicamos: entre nosotros y con el entorno; de manera consciente e inconsciente; y esta fue una de tantas ocasiones en las que los códigos corporales decían mucho más que las palabras.

De aquí arrancó mi reflexión sobre esos primeros momentos en los que dos personas empiezan a compartir un espacio común. Sin darse cuenta, la distancia se vuelve otra completamente diferente. Es como si una fuerza tirase el uno del otro para estar continuamente próximos. Los minutos separados se convierten en zonas de mucha distancia y, tratando a veces de disimular (porque el comportamiento romántico en público se ajusta a ciertos límites), es muy fácil observar cómo los cuerpos de los enamorados tiendenden a acercarse el uno al otro sin que exista razón alguna. Se cruzan mucho más cerca, se tocan una mano sin que se note... Las miradas confluyen o se evitan con media sonrisa... Y el resto del mundo parece existir en un segundo plano, casi molesto, como si sobrase.

Me gustan los primeros momentos de una relación. Me gusta recordarlos y saber que el ser humano es capaz de recuperarse de baches afectivos y volver a dejarse arrastrar por esa fuerza del interés, el deseo y la aventura. También me gusta ver cómo surge el amor en lugares insospechados: una clase, una actividad colectiva, un trabajo... Creo en ese tipo de atracción por encima de cualquier otra porque se da en contextos donde la afinidad surge poco a poco. Y vivirlo produce adrenalina, endorfinas y qué sé yo. Por eso me alegro cuando veo una coreografía similar y me devuelven la fe en estas historias. 

Veo personas diferentes, de edades diferentes, con bagajes diferentes... Y por encima de las diferencias, algo, un detalle, que une, que acerca y que invita a experimentar y atreverse. 

Luego la química y la euforia del amor hacen el resto y por eso vemos a los enamorados dando vueltas uno en torno del otro, chocándose, acercándose y robando centímetros a un espacio que se les queda grande cuando lo único que les pide el cuerpo es estar muy juntos.

El mejor piropo

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Hoy nos pondremos algo más frívolos... ¿Cuál es el mejor piropo que os han dicho? Sí, sí, reconozcamos que nos gusta que nos digan cosas bonitas. No se trata de que te silben por la calle o te suelten una ordinariez, pero tampoco finjamos ser de piedra porque nuestro ego hambriento se vuelve muy esponjoso cuando alguien le dedica un halago, unas palabras bonitas o un mensaje de esos que dan en el clavo.

Yo tengo muy claros los piropos que más me han ablandado. Curiosamente todos han venido de la misma persona, y es que no hay nada como enamorarse de un poeta. Cierto que puede ser peligroso el recurso 'fácil' a encandilarnos con las palabras pero hay cierta lógica en esto de ser más o menos receptiva a determinados mensajes. Quien explica muy bien este tema es Elsa Punset en su libro 'Brújula para navegantes emocionales' (que verdaderamente recomiendo).

En él, la autora nos explica que cada uno tenemos un 'lenguaje' del amor que prima por encima de otros. Resumiendo: hay quien usa el lenguaje de las palabras para expresar su afecto; hay quien, por el contrario, nos dirá pocas cosas pero nos mostrará su amor con el lenguaje corporal (besos, abrazos y caricias serán el mejor vehículo para que esta persona nos diga cuánto nos valora); y está la persona servicial que nos cuida, nos hace mil favores, se ocupa de nosotros y está siempre dispuesta a demostrarnos con su ayuda práctica lo mucho que nos quiere. (Ya, ya.Ya sé que todos usamos 'todo' pero se entiende que E.Punset habla del lenguaje predominante, el que usamos MÁS).

Es interesante cómo nos enseña este libro a identificar el 'lenguaje del amor' que usamos cada uno. Porque a veces somos de las que expresamos el amor con palabras y nos enamoramos de un hombre que no usa este canal como principal vehículo de su afecto... y nos frustra. Queremos oír, queremos saber, queremos perdernos en mensajes perfectos... Pero él a lo mejor nos está diciendo mucho más con el lenguaje de los gestos o con sus actos.

También nos explica que el lado más vulnerable de cada uno suele estar en el propio vehículo de su amor. Es decir, haremos mucho daño a una persona cuyo lenguaje-del-amor son las palabras si le damos un mensaje negativo usando ese mismo canal. Igual que a la persona que expresa su afecto con gestos, le haremos daño si en un conflicto somos especialmente duros en ese ámbito.

Interesante, ¿verdad?

Pues bien, yo creo que las palabras me vuelven loca. Me enamoran los mensajes. La última vez que me enamoré fue intercambiando emails, y siempre que un chico me gusta termino sucumbiendo al contacto de las palabras... Me conmueve una frase emotiva y por eso creo que los piropos me derriten.

Así que ahora os confesaré qué piropos guardo como un tesoro de esas bonitas historias de amor que te hacen salirte de la realidad el tiempo que duran. No os creais que me voy a poner ahora en plan 'poética' soltando frases bucólicas y ñoñas. No. Una es de carne y hueso y el hombre-amante también tiene su puntito osado, aunque eligiendo bien el momento, nunca quedará soez.

Su primer piropo fue respondiendo a una inseguridad mía de tooooda la vida. Me planteaba yo, figuradamente, como tantas mujeres, si me vendría bien tener más talla de sujetador... Esa eterna carencia que de vez en cuando aflora en forma de queja común. Su respuesta no pudo ser más elegante:

"A lo mejor la naturaleza ha hecho partes de tu cuerpo más discretas para que otras destaquen más".


jejejeje. Más mono él....

Cuando ya tuvimos confianza, se soltó, y sus preferencias anatómicas salieron a la luz. Uno de sus piropos más recientes fue el siguiente:

"Tu culo es perfecto. Un científico debería obtener la fórmula química de su densidad"

Y con estas cositas una se va poniendo tan blandita, tan boba... Y es que... Muchas somos de las que nos rendimos a las palabras.

Obviamente para que un piropo funcione tiene que estar dicho en el momento adecuado y con la forma adecuada, así que, tal vez el piropear sea un arte. Segur que sí. Una gran habilidad desde luego.

Y nosotras, ¿somos igual de piropeadoras? ¿Reciben ellos igual los piropos o les cuesta más encajarlos? ¿Están menos acostumbrados? ¿Son más creídos y conviene dosificarnos?

Adiós amante, hola amigo

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¿Se puede compartir sexo con un amigo? ¿Y cuánto dura? ¿Qué ocurre después, hay vida más allá de este intercambio o por haberla llevado al extremo la relación previa muere?

Yo soy partidaria de conservar a las personas que merecen la pena. Sean del ámbito que sean. No abundan, y si tengo la suerte de encontrar a alguien que merezca la pena, intento que 'se quede'. No siempre el lugar donde ubicar a alguien encaja desde el primer momento. Un chico interesante y atractivo puede ser un amigo que te guste; si intentas algo más con él puede haber esperanza y oportunidad de que vuestros caminos coincidan y se junten durante más tiempo, pero si de todos los componentes que deben sustentar una relación de pareja falta alguno, llega el momento de cambiar de lugar y de puesto. ¿Cómo nos colocamos entonces?

Me gustan los chicos a los que conozco de algo. Tengo esa debilidad. Es decir, no suelo interesarme por desconocidos aunque sean el doble de Brad Pitt. No me dice nada un cuerpo o una cara bonitos, más que para contemplarlos. Cuando alguien me interesa, es que me gusta algo en su forma de ser.

Mi amigo "X"  no me gustó el primer día. Ni me fijé. Me fijé después de un año de compartir clase. Me fijé cuando le vi reirse de alguna de mis tontadas y, sobre todo, cuando me hizo reír a mí con algo ingenioso. Era muy tranquilo, excesivamente tranquilo. Y eso también despertó mi curiosidad, porque yo soy como una metralleta. Su ritmo lento enseguida se tradujo en 'yo no hago nada ni doy el primer paso', así que me armé de valor y cuando el interés solo tenía dos caminos: extinguirse o explorarlo, opté por la segunda opción y salió bien. Me gustó su estilo entonces, y me gustaron sus formas en privado. La espontaneidad le hacía brillar mucho más cuando bajaba la guardia. Sin embargo, cierta capa de miedo y prevención enseguida puso fin a los impulsos más cariñosos y espontáneos. Esta versión de X ya no era tan buena, pero me pareció importante esperar y seguir conociéndole.

Ha sido un compañero de juegos sexuales atento, divertido, interesante, y vibrante. Y ese fue mi principal papel: darle confianza, compartir cosas y demostrarle otro tipo de relación de las que había encontrado. El intercambio, por lo tanto, estuvo muy bien. Siempre con honestidad y mucha amistad de fondo.

La vida, sin embargo, nos obliga a escoger una única versión de nosotros mismos. X no puede ser esos dos tipos diferentes, el que se suelta y disfruta sin darle muchas vueltas, o el que detecta que no termina de sentir lo que cree que sostiene una relación de pareja. X tiene que ser quien cree ser ahora mismo y no sirve de nada que yo vea todo su potencial y le asegure que llegará un momento en el que cosas que ahora le restan independencia le darán la vida y le llenarán sin comparación. Porque todo tiene que llegar a su tiempo, y el X de ahora es este chico que empieza a despertar a muchas cosas y necesita tiempo para seguir descubriendo, conociendo y, como todos, terminar por elegir lo que quiere.

Yo tampoco puedo ser dos versiones diferentes de mí misma. Me gustaría poder simultanear dos vidas ahora mismo, una de ellas, la más real, basada en la creencia de que el hombre de mi vida me identificará y me hará un hueco; será activo y no considerará mi presencia un simple accidente, sino algo valioso que conservar; me cuidará y sabrá que lo que busco es un refugio en el que abandonar el escudo y las armas que el día a día nos obliga a vestir para sobrevivir ahí fuera. Esta versión de mí misma es la que está dispuesta a crear las condiciones para que algo surja pero ha aprendido a que sola no se crea una relación de dos. Mi versión real sabe que si alguien te mira sin verte luminosa, ese alguien no es quien quiero y toca esperar o seguir buscando. Pero me gustaría haber podido ser también la otra versión de mí misma, la que podría haber cuidado de X y la que quería haberle enseñado todo lo bueno que se puede compartir en una relación que avanza. Le habría mostrado cómo la complicidad puede hacer que la independencia no se vea comprometida a pesar de compartir muchas cosas. Me habría gustado enseñarle ciudades, lugares, experiencias vividas hace nada y que ahora me habría encantado enseñar a disfrutar a alguien que viene de otro lugar y otro momento.

No podemos, ninguno, ser más versión que la única que ahora mismo nos sustenta, y esas versiones solo encajan una junto a la otra, en el rincón precioso en el que se alojan los amigos. Por eso voy a seguir cuidando de X, de sus miedos y sus avances, de su espontaneidad y su encanto. X es una gran persona y he tenido la suerte de cruzarme con él, ahora ya forma parte de mi biografía y espero que, una vez más, la tónica general en mis relaciones me permita demostrar que de un estupendo amante puede surgir un maravilloso amigo.

Obviamente sé que no todas las historias son tan amables y no siempre las dos partes tienen la disposición adecuada para que las cosas encajen sin doler, porque los asuntos del corazón son muy traicioneros. Pero seguro que si ponemos de nuestra parte y avanzamos siendo honestos, habrá muy pocas cosas que lamentar e iremos construyendo un CV emocional que será digno del tipo de persona que queramos ser. En temas como estos, merece la pena dar la talla. Será nuestro sello y quedará siempre.

El 'tira y afloja' de la seducción. ¿Te proteges o te lanzas?

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Seducir es algo agotador. Aunque sea una actividad realizada sin vocación. No hace falta querer convertirse en Mata Hari o en James Bond para entrar inocentemente en el juego de 'gustar' a otra persona. Forma parte de nuestra actividad natural y el resultado positivo nos produce tal subidón que merece la pena el esfuerzo invertido en ello. 

No siempre se trata de seducir a tu pareja-objetivo, a veces es solo el interés por gustar y obtener aprobación externa. Pero dada la temática del blog yo voy a entrar 'a saco' en el tema que nos ocupa... la seducción por interés sexual o 'amoroso' (según lo queráis definir). Y como soy mujer, no me esforzaré por dar el toque políticamente correcto (lo siento, no es mi objetivo resultar neutral), sino que hablaré de cómo lo veo yo, desde mi punto de vista.

A partir de determinada edad todos estamos en el 'mercado' con cierto equipaje a cuestas. Es raro el que no ha padecido una decepción, un fracaso emocional e, incluso, un tortuoso fin de relación. Lo queramos o no, estas experiencias nos pesan mucho a la hora de iniciar una relación y seguir adelante con nuestra vida amorosa. Creemos que hemos superado cosas pero no nos damos cuenta del poso que deja la experiencia emocional previa. Y tenemos que apañarnos con ella a la hora de gustar y que nos gusten.

Lo peor de esta mochila emocional es que no siempre somos conscientes de ella. O no sabemos medir su peso. Creemos que todo está bien porque ha pasado tiempo desde la última vez que nos hicieron daño. Pero, aún sin darnos cuenta, solemos achacar este dolor en forma de inseguridad, prudencia o autoprotección. 

No sé si medimos más el impedir que nos hagan daño o el no hacerlo nosotros. Hay personas que seducen al contrario con un cuidado brutal por no 'hacerle daño'. Vamos, que a nada que detectes tanto cuidado por no ser 'encantador', terminas por querer decirle "oye, majo, no voy a caer rendida a tus pies solo por salir dos veces y que me sonrías con encanto, no eres tan irresistible". 

Estos perfiles a mí me crean mucho agotamiento. Está bien que el chico que te gusta no te haga concebir falsas esperanzas, y la comunicación es vital para entendenderse, así que las señales claras de cómo va el tema se agradecen, pero siempre y cuando las señales de 'no siento nada profundo por ti' no se conviertan en el menú básico de los encuentros, pues las primeras citas sirven para conocerse, ilusionarse y dejarse llevar por alguna emoción irracional, y tanta cautela, tanto mensaje de 'stop' termina por hacerte creer que es desproporcionado el esfuerzo que va a llevarte estar al lado de un seductor tan blindado.

Hablando con amigos, en alguna ocasión me han dicho aquello de "yo soy así y la chica que esté conmigo tendrá que quererme como soy". 

Sí, claro, encanto, pero tus secretos ocultos son eso... tesoros encerrados en el fondo del mar,  porque las maravillas de cada uno están guardaditas bajo llave en el rincón de nuestras intimidades y solo con el roce y la comunicación podemos llegar a detectar semejante joya encerrada bajo llave. Pero si en la comunicación que llevamos a cabo cuando nos estamos conociendo no te esfuerzas un poco en dejarme ver qué ocultas en el trastero de tus capacidades, me temo que solo tu madre va a saber que tiene un ser magnífico durmiendo bajo su techo, ya que yo no puedo seguir haciendo prospecciones de minero para saber si me merece la pena quedar contigo en otra ocasión.

Obviamente encontrar el punto medio es complicado, de ahí lo divertido de este juego. Nos tenemos que arriesgar e ir calibrando la manivela de la seducción para resultar atractivos pero no dar falsas esperanzas si no existen. Yo, no obstante, llegado el caso de tener que 'pasarme' de la raya siempre preferiré ser coherente con lo que estoy haciendo, y si me he metido en este lío de averiguar si este chico me gusta o no, o si yo le gusto a él, intentaré mostrarle mis encantos, intentaré ser agradable y maravillosa. Si el muchacho se confunde y piensa que lo tiene todo ganado conmigo solo porque mis mensajes le resulten muy positivos o favorables... Ya habrá ocasión de explicarle las limitaciones de mis sentimientos. Pero me niego a perderme la ocasión de dar con mi príncipe azul solo porque me dedico a encontrarlo mostrando mi 'yo' más reservado y ahorrador. Mis encantos existen para poderlos mostrar y compartir. Y quien los sepa valorar tendrá, antes, que conocerlos, así que no me voy a proteger en exceso de las malas interpretaciones. A fin y al cabo la capacidad del otro para apreciar esta muestra de cortesía será también un punto a su favor y un pasito más para que de verdad yo le convierta en mi hombre.

¿Cómo medís vosotros el alcance de vuestra seducción?
¿Os protegéis para evitar que os dañen?
¿Preferís proteger al otro para que no se lleve falsas esperanzas?
¿Y cómo combináis esa prudencia con la espontaneidad y la sinrazón de un enamoramiento?


EDITADO:
Creo que para ser justa debo reconocer una hipótesis estupendamente expuesta en mi admirado 'Intersexciones', que me hace reír por lo obvio que es y lo mucho que a las mujeres nos cuesta, a veces, asumirlo: el tema de 'no le gustas'. Según este post tan bien escrito, si a un hombre le gusta una mujer, actúa. Es decir, que no actuar, dar largas, no implicarse o no arriesgarse puede no ser solo muestras de que es un mal seductor sino que a lo mejor simplemente no le gustas lo suficiente.

Así que para que no me quede un post tan 'autocomplaciente' y ñoño, os dejo también abierta esta puerta al debate... ¿Y si él no nos seduce porque no le gustamos? ¿Cuántos intentos más vamos a llevar a cabo para que nos muestre sus encantos? Es probable que el pobre esté dándonos su versión más 'light' para que nos cansemos y nos vayamos sin ponerle en la difícil posición de explicarnos nada. Mmmmmmm. Buen tema entonces para seguir con el debate, que se complica y enreda....XD.

Cerebro Vs. corazón

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Se escuchan muchas teorías sobre el amor, el enamoramiento y la forma de manejarse acertadamente en los asuntos del corazón. Gastamos mucho tiempo en debates, análisis y dando o recibiendo opiniones, la mayor parte de las cuales rara vez funcionan porque... ¿qué esperamos conseguir? ¿un acierto? ¿Y qué consideramos 'acertado'? ¿Evitar la frustración? ¿Colmar nuestras expectativas?

Nada hay menos predecible que la forma de gestionar los sentimientos y mucho menos si se trata de encajar emociones de personas diferentes. Un ser humano es totalmente caótico y si lo elevas al cuadrado (siendo dos en una relación...), obtener cualquier certeza es casi una lotería.

Creer que usando experiencias anteriores podremos tener el camino trillado creo que es otra creencia falsa. ¿Es que se parecen dos personas entre sí, dos situaciones, tres, cuatro? Para sacar conclusiones de una relación estable debemos contar un bagaje que nos permita extrapolar situaciones; para que ese bagaje sea de peso debemos tener más de una experiencia de este nivel, y una relación estable conlleva cierta duración, por lo que... ¿Llegar a conclusiones cerradas a los veinte, treinta años? ¿Cuántas relaciones estables duraderas podemos acumular a esta edad? ¿Tres, cuatro? ¿Con tres o cuatro experiencias estamos en disposición de extraer certezas de algo tan escurridizo como el género humano? ¿Algo tan impredecible como una persona en un estado emocional tan alterado como es el enamoramiento, atracción o deseo? Ni siquiera las ciencias sociales consiguen acertar en análisis y prospectiva sobre el comportamiento humano medido en laboratorio. ¿Vamos a gobernar nosotros el caos partiendo de un punto de partida nada objetivo y en condiciones de análisis totalmente alteradas?

Mi escasa experiencia me dice que nos engañamos cuando queremos gobernar con la razón asuntos que conciernen a otra víscera. El amor, la atracción, el deseo o el enamoramiento son situaciones incontrolables y deberíamos entrar en este juego sabiendo que partimos de esa falta de certezas. Sería más honesto con nosotros mismos.

Cuando oigo frases rotundas como: "mi intuición me dice..."  o "solo por dudar ya sé que no es la persona adecuada...",  pienso en la cantidad de situaciones que los dueños de estos teoremas van a perderse solo por seguir el camino aparentemente seguro de la autoprotección. Se engañan, porque parten de un origen equivocado: ¡¿Certezas?! ¡¿En las emociones?! Si nos hemos criado a la sombra de los cuentos de hadas y pensamos que la persona adecuada nos provocará un vuelco en el corazón que nos hará saber con exactitud lo que queremos, es que no entendemos nada de la experiencia afectiva. Cuántas dudas hay al comienzo... Cuántos quebraderos de cabeza... Cuántas falsas impresiones... 

Yo me lo explico de un modo sencillo: enamorarse es un sentimiento incotrolable que no se gestiona con el cerebro. Con el miedo pasa lo mismo. Ambos sentimientos surgen del mismo lugar ajeno al autocontrol. Y se mezclarán. Y nos confundirán. 

Si pretendemos gobernar el enamoramiento, deberíamos también gobernar los miedos. La intuición no siempre va a ser un indicador de acierto porque la intuición muchas veces surge de una inercia. La intuición es ese punto en el que nos sentimos cómodos con algo. Algo 'encaja'. Es perfecto sentir esa intuición como faro para ciertos momentos de despiste. Pero ojo con creer que la intuición es un sexto sentido infalible. Especialmente cuando nos movemos en arenas movedizas... ¿Sentimos enamoramiento, miedo, atracción o rechazo? La comodidad disfrazada de intuición nos llevará a hacer las mismas cosas de siempre. Produce tranquilidad. Sabemos en qué terreno pisamos y nos quedamos serenos, en nuestra zona de confort.

¿Es eso acertar? Si se trata de evitar emociones negativas como la frustración, el dolor o la angustia que produce una apuesta ciega como es enamorarse, sí, claro, si tiendes a lo conocido, obtendrás resultados conocidos. Si optas por el confort, no te equivocarás. Al menos tendrás una vida relajada. Si eso es lo que buscas.

Pero si eres de los que quiere notar el corazón botar, la alegría puntual y brevísima de un amor incipiente... el miedo de no ser correspondido, de habituarte a alguien, de poderlo perder, de poder tener que vivir un desamor... Si eres de las personas que no confunden felicidad con quietud, entonces tu intuición te fallará muchas veces y le darás la espalda... Y vivirás momentos de duda enormes. Y a veces seguirás adelante a pesar de las dudas, solo por la curiosidad de saber qué hay al otro lado. Y descubrirás que las certezas solo se reemplazan con otras cuando dejas que la duda exista. Y la exploras, y te retas a ti mismo.

Como dijo aquél... ¿a qué vinimos aquí, a vivir o a durar?

Pues eso, al César lo que es del César y no queramos que el corazón hable el idioma del cerebro. Las relaciones no empiezan siendo asunto del órgano de arriba, sino de un impulso. Antes de cultivar una relación simplemente nos enamoramos. Y un enamoramiento sin duda es como un café descafeinado.  Y si no quieres dudar, no te vas a enamorar. Y si no quieres equivocarte, tampoco te vas a permitir caer en el enamoramiento. Así que no esperes fuegos artificiales como indicador de tu estado si estás construyendo barricadas.

Por lo que a mí respecta, yo estoy dispuesta a seguir equivocándome y dudando. La vida me da lecciones continuamente para que no tenga mucha fe en mis certezas. Gracias a ello las certezas que tengo hoy no se parecen a las que tenía hace cinco años. Y me alegro. Y espero seguir renovándolas, al igual que mi intuición, de la que me fío poco porque la duda, la chispa y la curiosidad son más listas que ella. Están más vivas y no conocen la palabra miedo.

Sufriré más, lo supongo. Pero me llevaré muchos momentos inolvidables por los que merecerá la pena haber pagado el precio de la inseguridad y las dudas.

Redecora tu vida: cómo se elige un colchón

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Domingo en IKEA, con una amiga. Una de las dos redecora su vida, es decir, estrena casa y costumbres. Nos tocó pasear con las bolsas amarillas al hombro, el cuaderno lleno de medidas, el metro en una mano y la 'lista de la compra' virtual en otra. Sabíamos que no sería fácil, pero teníamos lo único que hace falta para una labor semejante... voluntad.

Lo tomamos con calma y fuimos centrándonos en lo más importante: sofá y cama. Sin ellos no se puede iniciar un hogar y una vida nueva. Es diferente cuando amueblas en pareja, aunque uno termine por ser el que decide, hay lugar para compensar las opiniones. Amueblar un hogar de soltera es muy diferente... Lo único de lo que tienes que preocuparte es de 'yo, yo, yo'. Y es un poco raro. 

¿Dónde me gusta ver la TV? ¿Cómo me gusta dormir? ¿Voy a comer en el salón? ¿Dónde voy a guardar mis miles de zapatos? ¿De qué color escojo las toallas del baño?

Defiendo mil veces la vida en pareja por encima de la vida individual, porque me encanta tener un 'compañero' y me gusta repartir las cosas... las ideas, los problemas y las aventuras. Pero un plan individual, siempre que no sea algo trágico, tiene su puntito. Es como un balón de oxígeno. Estoy segura de que nos puede ayudar a ser mejores personas. Y en eso estábamos mi amiga y yo... tratando de ser mejores a la hora de seleccionar y organizar prioridades. 

La mañana fue ligera y tocaba a su fin cuando llegamos, cansadas, a la sección de colchones. No nos gustan nada los colchones de IKEA pero no quedaba otra... al haber elegido una cama ' de medida algo peculiar, era más seguro llevarse el colchón puesto. Y allí estábamos, las dos, estupendas, animadas, probando texturas y consistencia. 

Empezamos por sentarnos en el bordecito de la cama, alternando entre cuatro colchones a cada lado de un pasillo.  Mi amiga insistió en probarlo bien... y empezamos a simular el día a día de la vida en la cama. Posturas cotidianas. Y no tardamos en coincidir las dos... arrodilladas en la cama con el culete en pompa... Nos miramos, supimos enseguida qué estábamos probando... Y nos entró la risa. 

Sí, claro, supongo que así es como se prueba un colchón... Tratando de poner al límite su resistencia para ver si aguantará el día a día, las rutinas y los momentos de más desgaste. Y ambas, mujeres saludables en nuestros treintaypocos, llegamos a la conclusión de que esa era la postura que más nos convenía garantizarnos porque solo si el colchón soportaba sin hundirse, sería un candidato a venir al hogar.

Y al lado de una señora que se extendía, prudentemente, sobre su costado, mi amiga y yo nos aseguramos, entre risas, que el colchón elegido resistiría una de las mejores formas de estrenarlo. Ahora solo falta saber si con el peso añadido de otra persona las rodillas no se clavan en el somier.

Ya os contaré... ;-)

Abismo generacional. Velocidades.

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MI ABUELA:

18 años
Sale a un baile con sus amigos de siempre.
En su pandilla: sus dos hermanos que hacen de 'escolta'.
Ve a un chico guapo en la orquesta.
Se miran. No se dicen nada.
Él averigua algo sobre ella.
Él provoca un 'encuentro' casual.
La saluda.
Ella le invita a una 'velada' musical con sus hermanos y amigos.
Se encuentran en otro baile, mi abuelo le dice que quiere 'pretenderla'.
Mi abuela dice que no sabe. Que hable con su padre.
Mi abuelo va a ver a mi bisabuelo. Le pide permiso para salir con su hija.
Averiguan sus 'intenciones' y les dan permiso.
Pasean juntos, con el hermano de mi abuela de carabina.
Se pueden coger discretamente el meñique mientras pasean... con permiso de su hermano.
Son novios durante 5 años.
Se casan.
Tienen sexo por primera vez.



YO:

Me gusta mi compañero de clase.
Tonteo con él.
Averiguo más sobre él.
Intento que salgamos juntos de 'fiesta'.
Le lanzo indirectas. No reacciona demasiado.
Pregunto a su mejor amigo.
Me confirma que puedo seguir adelante.
Me invento una excusa para estar a solas.
Le indico que me gusta y que le voy a besar.
Me dice que vale.
Beso. Uno. Muchos. Manos. Calor.
Repetimos varias veces.
Nos mandamos muchos mensajes por internet.
Le invito a mi casa.
Sexo.
Repetimos varias veces.
Más sexo y muchas conversaciones.
Es divertido. Es tierno.
Y entonces me pregunto... ¿me gusta más?
Nos entra susto a los dos.
¿Nos gustamos?
"No vayamos tan rápido", me dice.

Enamorarse... una cuestión de actitud

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Para enamorarse hay que desearlo. Es algo que cada vez tengo más claro. Es una cuestión de actitud. Si tienes ganas de sentir esas cosquillas, fantasear y dejarte llevar... estás dispuesto. Como salga el 'Pepito Grillo' que todos llevamos dentro, estás apañado.

Tengo amigas que me han expuesto todos los defectos de su chico-con-opciones para valorar si merece la pena intentar algo. Otras me cuentan las mil maravillas de su príncipe azul como si no hubiese otro ser sobre la tierra. No soy yo muy hábil dejándome 'fluir', qué va. Soy más de las de pensar y darle vueltas a todo. Pero también me pongo música romántica para recordar cómo se sienten las mariposas en el estómago. Y lloro en las bodas aunque el concepto en sí de un contrato para toda la vida me dé urticaria.

Así que si de verdad quieres darle una oportunidad a alguien creo que tienes que ser honesta y dejarte seducir. ¿Que da miedo? Sí, a medida que vivimos historias nos asusta más sufrir, perder el tiempo o cargar con el lastre de otra relación rota. Pero cuando bajas la guardia es divertido, ya que te dejas entonces envolver por el presente-único, un tiempo verbal que gobierna los asuntos de la seducción y la locura de la atracción.

Si te dejas conquistar, puedes enamorarte. Antes sentirás atracción, deseo, locura y nervios. El amor viene después. No pasa nada porque no sea lo primero de la lista. A veces, cuando viene más tarde es más sólido. El enamoramiento, si está basado en un pelín de realismo, se genera con amistad. Con mucha amistad. Esos son los mejores.

Pero hay que querer. Hay que derribar muros, dejar de oír opiniones y argumentos. Y no justificarse.

Como me dijo una psicóloga muy lista: "A nuestro hombre no le buscamos con la cabeza, le encontramos con el estómago y las vísceras. Con la pasión".

Y otra de sus frases que también nos viene muy bien para estas reflexiones: "la emoción decide y la razón justifica".

Así que cuando tu cabeza esté tomando el control de esta parte de tu vida, deja las neuronas en casa por un día y permite que tu cuerpo y el resto de tus sentidos se enamoren por ti. A lo mejor no aciertas a la primera, pero lo pasarás mejor y tendrás experiencias reales y no una mochila llena de lo que podía haber sido.

¿Te quedas a dormir?

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Ayer hablaba con amigos sobre este tema y me resultó muy interesante porque tienen unos años menos que yo y su perspectiva sobre las relaciones afectivas/sexuales es muy diferente. Yo estoy acostumbrada a una relación larga y estable, donde no se discute la premisa básica: “nos queremos” y te puedes ocupar de otras cosas. Por eso se me olvidaba que antes de llegar a este punto hay que pasar un duro y árido camino de búsqueda, hallazgo, entendimiento, ensayo, aciertos, errores y técnicas para identificar, conocer, probar y elegir al otro.

Reconozco que aún no sé si la diferencia de perspectiva es por la edad, por mi biografía o por la forma de ser de cada uno, pero desde luego que tratándose de un tema de comunicación (interpersonal, emocional) me atrae especialmente porque encierra un análisis complejo sobre un mundo al que no estoy habituada.

Resulta que en el contexto de un 'mercado' emocional libre, en el que hombres y mujeres experimentan con una supuesta 'libertad' sus capacidades de sentir, coquetear, disfrutar, intercambiar, copular, o enamorarse , aparece por encima de todos ellos una necesidad mucho más fuerte que cualquiera de estos impulsos 'naturales' y 'libres':  la necesidad de demostrar independencia emocional.

A mí lo primero que me viene a la mente es la aparente contradicción del fenómeno en sí: si independencia consiste en sentir lo que te dé la gana sin que te condicione otra persona... ¿Por qué para demostrar esta independencia hay que poner tanto esfuerzo en codificar un mensaje en clave para que el otro lo entienda? Es decir, ¿por qué lo importante no es lo que tú sientes, sino la interpretación que hace de ello el otro?

Los símbolos encierran mensajes que no se formulan de manera unívoca, sino que se 'empaquetan', se 'embalan' y se disfrazan para que pasen desapercibidos. Por tanto, solo son símbolos si a pesar de este envoltorio se pueden  identificar y comprender. Para ello los interlocutores deben compartir el mismo código (deben entender el símbolo por igual) lo cual supone que al código común que todos compartimos (el lenguaje) ahora le añadimos otro código mas, el símbolo y su significado. Lo cual refuerza la elaboración y complejidad del mensaje, que deja de parecerse en absoluto a nada espontáneo e inconsecuente, dado que tiene dos codificaciones… dos ‘acuerdos’ para entenderse. Dos niveles de ‘dependencia’ semántica y contextual.



Primera contrariedad por tanto: ¿resulta entonces que para defender nuestra gran independencia emocional hemos tenido que pasar por una dependencia no de uno, sino de DOS códigos compartidos?

Curioso, cuanto menos. Porque para mí la independencia está relacionada con lo contrario: no dar explicaciones, no preocuparme de lo que interpretan otros sobre mí.

Así que, en los detalles de esta conversación, me he ido encontrando con personas 'libres' e 'independientes' que basan su lenguaje afectivo en lanzar señales continuas al contrario para que en  su disfrute del momento, no  se equivoque y  perciba falsos matices de enamoramiento, 'enganche', ilusión, cariño o interés. Ya que eso sería… ¿¿dependiente??

Bueno, yo si siento algo, lo siento, sin más. Y eso forma parte de mi independencia. Mis sentimientos son míos y soy capaz de gestionarlos solita. Si me enamoro y no es la persona adecuada, sé gestionar mi alejamiento. Si me entusiasmo y no soy correspondida, soy capaz de recoger velas y no agobiarme por ello. Son las reglas de un juego en el que si participo sé que puedo ganar o perder. No me supone una situación tan ingobernable que tenga que establecer de antemano mecanismos de defensa previa, a modo de vacuna, con la que perder energía, tiempo y neuronas en diseñar símbolos que actúen como un cartel luminoso en el que digo: “no me quiero comprometer” (y lo digo antes de que me pregunten, si quiera). Normalmente cuando veo a alguien tan preocupado por protegerse o huir de lo que aún no ha pasado me viene a la cabeza cualquier definición menos ‘independiente’. Pienso en alguien asustado, prevenido, herido, inseguro… Y, desde luego, más preocupado del otro que de sí mismo. Por lo tanto, claramente dependiente.


Por este motivo, hablando de estos ‘símbolos’ que todos parecían entender y comprender, pero a mí me sonaban a jeroglíficos, me explicaron que hay cosas que hay que evitar para no dar la señal equivocada. Me gustó especialmente un ejemplo que consideraban ‘clarísimo’ y que yo recibí como a quien le hablan de la vida en Marte: quedarse a dormir con alguien con quien se ha tenido sexo es señal de implicación y dependencia (¡vaya! Yo pensé que era señal de cansancio y una forma sencilla de quedarse feliz y plácido después de algo tan relajante).

Resulta, por tanto,  que la independencia toma la forma de un imperativo interior que te obliga a ponerte en pie a las tantas de la mañana, vestirte, recoger tus cosas, caminar hacia la puerta, coger tu coche o un taxi, regresar a tu casa y dormir en tu cama horas después de cuando realmente te habría apetecido hacerlo, pero con la tranquilidad de que sí, has marcado tu terreno. Ni el teniente más severo obligaría a su soldado a hacer algo así. Pero nosotros, si somos independientes y no queremos que se ‘pille’ alguien con nosotros debemos actuar de este modo. ¿¿Esto es independencia??

Por eso resulta que yo lo veo al revés:  si soy independiente te invitare a quedarte a  pasar la noche tras una noche estupenda porque así podré dormir tras el último instante del disfrute, sin pensar en ti, en acompañarte a la puerta, en esperar a que te vayas, a que recojas tus cosas… y si tú eres independiente podrás aceptar mi propuesta sin medir qué significa el gesto de aceptar, porque no significará más que el hecho de que estamos cansados (y eso es buena señal… muy buena J). Tampoco tendrás que dar explicaciones a nadie en tu casa porque no habrá una madre, una esposa, una hermana o un gato al que atender.

Serás tan independiente que podrás decidir quedarte dormido donde quieras, como quieres y con quien en este momento te apetece, después de tu último orgasmo, con una franca sonrisa en la cara que solo dice ‘mañana será otro día’.


Ya que estamos... hablemos

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Recién aterrizada en el planeta a pesar de llevar treintaypocos años por aquí. Todavía hay cosas que me sorprenden y me intrigan. Las relaciones humanas son una de estas cosas. A veces me sorprende que no nos hayamos extinguido porque como especie dejamos mucho que desear. Pero a pesar de todo, aquí estamos. Enredados en malentendidos, relaciones, afectos, rivalidades, acercamientos y huídas. Si añadimos el matiz sexual, las relaciones se complican un poco más... La búsqueda es constante. Los hallazgos son escasos pero cuando ocurre esa casualidad única por la que damos con esa otra persona que nos llena, el tiempo se detiene y la ceguera temporal nos anestesia durante un tiempo. Luego la magia se esfuma, nos vemos sin los focos y el resultado vuelve a ser decepcionante. Y salimos al ruedo otra vez. Y avanzamos, o retrocedemos... para quizás dar el salto definitivo.

Esto es, a bote pronto, lo que puedo decir de este blog. Una pared en la que volcar la frustración o la plenitud. Un muro en el que grabar las dudas y resolverlas a golpe de clic. Una ventana para que entre aire fresco y ventilemos clichés, inercias y obstáculos. Porque en definitiva hemos venido aquí para encontrarnos. Aunque andemos tan despistados.