Lo que empieza siendo un deseo instintivo, que aparece cuando menos lo esperas y que se te cuela sin guión, pasa por una pimera etapa de realidad: "estás intnetando concebir un hijo".
Tenemos suerte de que el instinto nos asista en las ocasiones en las que el cerebro no da la talla. ¿Cómo estar segura de que es tu momento? ¿Cómo encontrar razones de peso para no tener miedo a la maternidad cuando el sentido común te juega malas pasadas y te dice que tu vida dejará de ser algo controlable para abrir la puerta al caos?
Hay quien no da entrada a estos miedos y los felicito. Yo soy de tendencia 'acojonable'. Por todo. Por aquello que no puedo controlar. Por la incertidumbre y la falta de planes. Soy grande y rotunda pero me hago pequeñita ante el desafío de no saber cómo evitar tantas cosas que se me escapan de las manos.
Y gracias al instinto, sin embargo, mi pepito grillo puede dormir a veces y mi 'yo' más loco puede tener algo de libertad.
Desde septiembre se abrió la puerta a un posible bebé. En octubre, una fina rayita en un test me dijo que algo estaba cambiando. Y ahora, estrenando febrero, me enfrento a la realidad, aún brumosa, de saber que pronto él o ella estará aquí ocupando un espacio en mi vida y en mi mente... para siempre.
Veo bebés... veo madres... Me han 'adoptado' como alguien que formará parte de su tribu. Aún camino con recelo porque ellas lo saben todo y yo no sé nada. Pero algo me dice que me deje cuidar, y que me deje aceptar en una tribu que se construye sola.
Son una tribu generosa: me aceptan sin demasiadas preguntas. Me dan consejos útiles y empiezo a comprender por qué entre ellas existe ese vínculo invisible. La crianza es algo que se hace en sociedad. Y esta realidad me abruma, yo que siempre he disfrutado de mi buscado autismo y rarezas.
Voy por la semana 16. Mi vientre se redondea y me parece haber sentido unas ligeras 'burbujas' que me aseguran que es mi pasajero o pasajera.
Pronto podré saber su sexo. Y será algo menos abstracto. Y todo esto me revoluciona pero me cambia despacio. No soy una madre aún, no me siento madre. Soy caprichosa, desordenada, excesiva, imprudente, perezosa... Soy rara y a veces poco sociable. Una madre debe ser moderada y equilibrada. Pero no sé cómo cambiar mi eje aún.
Sigo mirando la tripa en el espejo y me empieza a gustar tocarla. Todo está ahí. El futuro y la falta de planificación. La locura y la felicidad. Sea como sea, sin guión y sin mapa.