Domingo en IKEA, con una amiga. Una de las dos redecora su vida, es decir, estrena casa y costumbres. Nos tocó pasear con las bolsas amarillas al hombro, el cuaderno lleno de medidas, el metro en una mano y la 'lista de la compra' virtual en otra. Sabíamos que no sería fácil, pero teníamos lo único que hace falta para una labor semejante... voluntad.
Lo tomamos con calma y fuimos centrándonos en lo más importante: sofá y cama. Sin ellos no se puede iniciar un hogar y una vida nueva. Es diferente cuando amueblas en pareja, aunque uno termine por ser el que decide, hay lugar para compensar las opiniones. Amueblar un hogar de soltera es muy diferente... Lo único de lo que tienes que preocuparte es de 'yo, yo, yo'. Y es un poco raro.
¿Dónde me gusta ver la TV? ¿Cómo me gusta dormir? ¿Voy a comer en el salón? ¿Dónde voy a guardar mis miles de zapatos? ¿De qué color escojo las toallas del baño?
Defiendo mil veces la vida en pareja por encima de la vida individual, porque me encanta tener un 'compañero' y me gusta repartir las cosas... las ideas, los problemas y las aventuras. Pero un plan individual, siempre que no sea algo trágico, tiene su puntito. Es como un balón de oxígeno. Estoy segura de que nos puede ayudar a ser mejores personas. Y en eso estábamos mi amiga y yo... tratando de ser mejores a la hora de seleccionar y organizar prioridades.
La mañana fue ligera y tocaba a su fin cuando llegamos, cansadas, a la sección de colchones. No nos gustan nada los colchones de IKEA pero no quedaba otra... al haber elegido una cama ' de medida algo peculiar, era más seguro llevarse el colchón puesto. Y allí estábamos, las dos, estupendas, animadas, probando texturas y consistencia.
Empezamos por sentarnos en el bordecito de la cama, alternando entre cuatro colchones a cada lado de un pasillo. Mi amiga insistió en probarlo bien... y empezamos a simular el día a día de la vida en la cama. Posturas cotidianas. Y no tardamos en coincidir las dos... arrodilladas en la cama con el culete en pompa... Nos miramos, supimos enseguida qué estábamos probando... Y nos entró la risa.
Sí, claro, supongo que así es como se prueba un colchón... Tratando de poner al límite su resistencia para ver si aguantará el día a día, las rutinas y los momentos de más desgaste. Y ambas, mujeres saludables en nuestros treintaypocos, llegamos a la conclusión de que esa era la postura que más nos convenía garantizarnos porque solo si el colchón soportaba sin hundirse, sería un candidato a venir al hogar.
Y al lado de una señora que se extendía, prudentemente, sobre su costado, mi amiga y yo nos aseguramos, entre risas, que el colchón elegido resistiría una de las mejores formas de estrenarlo. Ahora solo falta saber si con el peso añadido de otra persona las rodillas no se clavan en el somier.
Ya os contaré... ;-)
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